San Cristóbal, Por Julio César García. –Describir el valor de la vida como un ejercicio dialéctico y ético nos invita a alejar nuestros pensamientos del quehacer mercantilista y a enfocarnos en la vida como un valor intrínseco del ser, un componente esencial del existir. Al detenernos a reflexionar sobre la vida, el existir y el ser, nos encontramos con tres conceptos que, aunque entrelazados, no deben considerarse como una sola entidad. La vida es breve, pero pensar en ella como un mero trámite sería no apreciar su complejidad y riqueza.
La vida, en sí misma, puede
entenderse como un regalo invaluable que no todos han tenido la oportunidad de
disfrutar de manera consciente. Sin embargo, también puede percibirse como una
carga insoportable, algo de lo cual algunos buscan liberarse. Esta dualidad entre
la vida como un obsequio y la vida como un peso insostenible ha sido tema de
reflexión desde tiempos inmemoriales.
El existir, aunque
estrechamente vinculado a la vida, no es sinónimo de ella. No podemos afirmar
que todo lo que existe tiene vida. A nuestro alrededor, estamos rodeados de
elementos que existen sin estar vivos. Aunque algunos sugieren que los átomos
que componen lo existente podrían poseer una forma de vida distinta a la que
conocemos, esta idea se mantiene en el terreno de lo especulativo.
El ser, por otro lado, es el
componente invisible que da sentido a la vida. Es como un
"metauniverso" donde reside todo aquello que compone nuestra
existencia. Durante milenios, el ser ha sido objeto de intensas discusiones
filosóficas, y hasta nuestros días, cada persona puede elaborar su propia
teoría sobre él. En mi caso, prefiero definirlo como "ese componente
invisible que llena nuestras vidas". El escritor Eduardo Galeano expresó
esta idea de manera poética al afirmar: “Los científicos dicen que estamos
hechos de átomos, pero a mí un pajarito me contó que estamos hechos de
historias”. Y es que las historias también forman parte de ese componente
invisible al que ya me he referido.
El valor de la vida no se
puede medir en términos físicos. No se mide en kilómetros de largo, ancho o
profundidad, ni se pesa en libras o kilogramos. Esos parámetros describen la
masa, no la vida en sí. Para comprender el valor de la vida, debemos mirar a
las individualidades, colocarnos en una perspectiva distante y, desde allí,
observar sin juzgar. Solo así podemos empezar a asignar valor a cada parte que
compone la vida.
Respirar, por ejemplo, es para
muchos el acto más valioso de la vida. Para otros, sin embargo, es un esfuerzo
que no merece la pena. El cantautor Joaquín Sabina lo expresó de manera
elocuente: "Todos los días tienen ese rato. En el que respirar es un
ingrato deber para conmigo".
Así, la vida, el existir y el
ser se entrelazan de manera profunda y compleja, invitándonos a reflexionar
sobre su verdadero valor. Cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de
encontrar ese valor, asignarlo de acuerdo con nuestra experiencia, y vivir con
la conciencia de que la vida, en todas sus manifestaciones, es un regalo que
debe apreciarse.
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