San Cristóbal, Por Julio César García. – Hoy, más que nunca, el aligeramiento de la vida es una preocupación central para los grandes pensadores de nuestro tiempo. La creciente obsesión por lo ligero ha transformado el antiguo modelo de vida relajada, despreocupada por el aspecto físico, en uno que impone la urgencia de una figura cada vez más esbelta.
En este nuevo paradigma,
muchos recordamos una época en la que el hombre no se preocupaba ni se sentía
culpable por tener unas cuantas libras de más. Sin embargo, actualmente, cada
vez más niños, jóvenes y adultos miden su salud en función de cómo se ven
físicamente. Si su figura es ligera, se consideran sanos; de lo contrario, la
inseguridad, el estrés y la infelicidad se apoderan de ellos.
El hedonismo contemporáneo se
ha convertido en un nuevo referente colectivo, incitándonos a juzgar y
juzgarnos como si el sobrepeso o el aumento de kilos fueran crímenes.
En esta era del capitalismo de
hiperconsumo, muchos aspectos de la vida están dominados por la lógica del
cambio continuo, la inconstancia y la seducción. Lo ultraligero y la
miniaturización prevalecen, desplazando las antiguas formas pesadas que, en su
tiempo, eran sinónimo de seriedad y respeto.
Los cuerpos de hoy han
reemplazado lo natural por lo artificial, recurriendo a materiales sintéticos.
En otra época, los maniquíes se fabricaban para asemejarse a los cánones de
belleza establecidos, con volumetrías naturales. Hoy, sin embargo, los seres
humanos se están transformando en esos maniquíes de vitrinas, llenos de
poliuretano, polietileno o corcho.
La competencia absurda entre
personas igualmente absurdas ha dado lugar al imperio de la silicona. En la
televisión y YouTube es cada vez más difícil encontrar figuras públicas que no
hayan pasado por el bisturí o que no lleven retoques estéticos significativos.
El uso de colágeno (bovino,
porcino o humano), ácido hialurónico, ácido poliláctico, hidroxiapatita de
calcio, polimetilmetacrilatos y geles de poliacrilamida se ha normalizado en la
búsqueda de una imagen perfecta.
Esta necesidad de llamar la
atención ha calado tan profundamente en hombres y mujeres de esta generación
que parece insultante pretender triunfar por talento, sin antes modificar el
aspecto físico en un quirófano. Nos autolesionamos en pos de una figura ligera,
conforme a parámetros impuestos por una fuente desconocida.
Esa falta de autoestima y la
incapacidad de valorar lo que tenemos nos conduce a conductas autodestructivas,
y parece que hemos perdido la capacidad de generar auténtico amor propio.
Byung-Chul Han, en su obra La expulsión de lo distinto, ya describía la obsesión por las formas planas, ligeras y sin arrugas. Por su parte, Gilles Lipovetsky, en De la ligereza, nos ofrece su visión sobre cómo la sociedad hiper-moderna ha evolucionado hacia una cultura que busca comprender lo complejo sin esfuerzo alguno. Hoy pretendemos seguir un modelo sin preguntarnos quién lo creó ni para qué fue diseñado.
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