Por Leonardo Cabrera Diaz. -Después de afrontar algún fracaso, traspié o cualquier inconveniente, sin importar sus características, surgen los autorreproches, los chuipis y lamentaciones: los llamados mea culpa.
Jalones de orejas, resabios y
reprimendas, por no haber observado algún detalle, advertencia o consejo, al momento de proceder o ejecutar una acción
determinada.
Los mea culpa, son parte de la cotidianidad, del diario
vivir.
Acontecen, tras el maltrato
innecesario a un ser querido, por una
llamada que por orgullo no se hizo o no se contestó.
Por un te quiero que no se
dijo, por una excusa que no se pidió, por un perdóname que no se oyó.
Por un adiós que no se dijo,
por un no te vayas, que no se pidió, por una cita, a la que no se acudió, por
una ofensa que se profirió.
Por algo que no se hizo, en el
momento debido, por un beso o una
caricia que se negó, aún queriendo.
Existen tantos mea culpa, como
situaciones adversas y dolorosas y se hacen
acompañar de un,”si lo hubiera pensado mejor, tanto que lo pensé, y yo que
no quería ir, mamá tanto que lo dijo”
“Por qué me dejé llevar de
fulano, de mengano y sutanejo.”
“Que vaina, no joda yo, no sea
yo pendejo, malaya sea” y así por ese estilo
Hay otros mea culpa, que
se guardan en secreto, son intrínsecos, cuasi eternos,
que ahogan el pecho y anudan la garganta.
También están los mea culpa pasajeros
y momentáneos que el tiempo se lleva. Son aves de paso.
Existen los colectivos,
que afectan a toda una sociedad,
surgen cada cuatro años, en tiempos de campañas electorales, le llaman los
mea culpa del voto en una conciencia comprada.
Pero el más cierto de todos los mea culpa, es el que rezan los
muchos políticos cuando asisten a la
iglesia;
Yo confieso ante Dios
Todopoderoso, y ante ustedes hermanos que he pecado mucho de pensamiento,
palabra, obra y omisión.
Por mi culpa, por mi culpa,
por mi gran culpa.
Con Dios siempre, a sus pies.
0 Comentarios