Santo Domingo. - Amable Mejía. - Si algo caracteriza a lo que se hace llamar poesía por su calidad en los recursos que les son afines, es que se explique a sí misma a partir de lo que atañe a su canto, el que sustenta al hombre y que va dirigido a la íntima convicción del que lo propone (el hombre) y da sentido a ese mismo canto: la vida y como apellidos la alegría y el dolor.
En el orden de la poesía, entre espumas retorcidas se desenvuelve la poesía de César Vallejo, peruano por nacimiento (1892), parisino por muerte (1938) y poeta al desvelar al hombre en la lengua, en su lengua escambrosa. Desmenuza al hombre desde el interior en algo que se hace llamar el mismo hombre en el vivir cotidiano, en la luz, en la sombra de su cotidianidad dramática a destajo. Donde cada lector, poeta o no, sienten a su manera como escritura desde la sangre. Como se diga, se asuma y se deje adsorber por los sentidos, transformará o no.
Es
lo que debe hacer un poeta con el lector: transfórmalo en el instante en que
sus oídos, su mirada, su tacto asume el canto, arrincona. Un disparate: ¿Se
puede oler al poema que nos cambia para el conocimiento de nosotros mismos? El
olor de las cosas es el que transforma ¿Quién huele a quien, en el caso de
César Vallejo? Comprendemos a Vallejo por como entendemos la vida, su comunión
tanto la ajena como la propia, retorciéndola la enderezamos. Donde todo, el
vivir, la vida, es retorcimiento, en lengua, no lo es como se vive, por eso la
poesía de César Vallejo hay que sentirla atando y desatando cotidianidades que
son las que les dan sentido a su tragicidad, para que los sentidos la acepten,
o el mal llamado entendimiento, que “entendiendo” al poema nos acerque… ¿A qué?
Sabrá Dios, sabrá Dios.
¿Dónde
encontrar otro César Vallejo que no sea en sí mismo? Leerlo es reencontrarse de
espalda y como una sala de espejos, en cualquier momento estar de frente y otra
vez de espalda, boca abajo si se cierran los ojos.
Después
de su muerte física (1938), está en cada lector concurrente o no de la poesía,
porque hizo de la poesía su tiempo con puertas abiertas al cielo, envueltas en
ellas por solidaridad, por humanitud, por dolor. Todo su devenir retenido en la
palabra, que es lo que queda, en mundos posibles en lo que el hombre se ve
envuelto en trascendencia, mutilación y meditación.
César
Vallejo nos dice cómo nos llamamos cuando nos alejamos del hombre y su devenir.
Hombre de su tiempo, no iba a dejar de serlo por el hecho de desaparecer
físicamente. Fue cuando se inició su etapa de crecimiento con sus poesías
inéditas. Se puede ser Vallejo en una fase de la vida, pero no se puede
prolongar más allá de la salida de y la puesta del sol del día siguiente; pero
con eso basta para transformarse y adquirir por vida la comprensión de lo único
que le preocupaba a César Vallejo: El hombre, dolido y doliéndose, amándolo sin
erotismo y dejándolo de amar sin que deje de ser cósmico y terrenal a la vez,
arrastrándose al ras de la tierra y levantar polvareda, otras como si levitara
y el conjuro viniera de su anillo, en una de sus manos cruzadas como talismán,
meditando, meditándose en su hambre terrenal de río de aguas vivas.
Autor,
en vida, de dos poemarios, Los heraldos negros (1918) “Hay golpes en la vida
tan fuertes…” y Trilce,” (1922), “Quien hace tanta bulla, y ni deja testar las
islas (ésta) que van quedando”. Coronada con la propuesta de hacerse más humano
con la póstuma.
Adentrarse
en la poesía de Vallejo equivale a entenderse así mismo en el lugar donde
todavía no hemos llegado, que no es para todo el mundo en su dimensión, en su
tránsito terrenal; pero lo es en su belleza terrena en el lenguaje, su patear,
sus empujones, sus amorosos detalles familiares, amatorios nos dicen al oído lo
inteligible del vivir, de una forma de vida; de cómo ha de sentirse el aguacero
que sorprende en la calle, mirando la entrada de la casa, con el agua a mitad
del camino, no teniendo donde guarecerte. Acercándose a Vallejo podrás sentir y
volverse más humano. Desde esta isla se
te busca y se te encuentra ser siendo cada día, emulando tus textos póstumos,
poemas humanos y en prosa, en tanto se es siendo dentro del trabajo y los días,
humano.
Amable
Mejía
El
autor es escritor.
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