Deseo poco y lo poco que deseo lo deseo poco, San Agustin
Desear en español es casi siempre utilizado para múltiples propósitos, fenómeno que no se realiza de igual forma en ingles donde Desear puede ser To Desire, To Wish, to Want, To Crave o To Covet, sin hacer diferencia entre uno y otro, sin embargo, podriamos agrupar disire,wish y want para expresar deseos puros y separar entonces Crave y Covet para indicar un tipo de deseo que podríamos llamar impuro (deseos físicos, envidia y codicia).
Tanto en español como en ingles el deseo se refiere a tener un anhelo, el deseo enfatiza la fuerza del sentimiento y a menudo implica una fuerte intención u objetivo, algunas veces este anhelo puede ser general o pasajero muy especialmente por lo inalcanzable, sin embargo, cuando se trata de apetito físico o una necesidad emocional entonces el ingles nos gana en cuanto a una palabra para definir tal deseo “Crave”.
Difícilmente puede exagerarse
la importancia de san Agustín para la historia de la filosofía. Pensador de
transición histórica, Agustín sintetizó la filosofía helenística con el
cristianismo y generó las categorías metafísicas sobre las que se construiría
el castillo de la filosofía medieval. Es verdad que, si bien la Modernidad
implicó una secularización filosófica y, en ese sentido muy amplio, un cierto
abandono de la cosmovisión agustiniana, no es ningún secreto que las
aportaciones más importantes de Descartes resultan incomprensibles si no van
acompañadas de una lectura atenta del tratado De trinitate. Y no solamente
Descartes, sino que Lutero, san Ignacio, Pascal y Montaigne, cuatro padres
fundadores del mundo moderno, son también deudores del pensamiento agustiniano
en un sentido mucho más que central.
El deseo se exhibe, así, como
exasperante cuando tomamos por excelentes las cosas que son solamente mejores y
como mejores las que son únicamente buenas, y cuando a todas las queremos como
si fueran más perfectas de lo que son o, más aún, cuando nos tomamos a nosotros
mismos como el bien que queremos, dirigiendo el appetitus no hacia los bienes
superiores sino hacia nosotros mismos. De hecho, puede decirse que el deseo de
Dios es un deseo cualitativamente distinto que el deseo de los bienes del
mundo, aunque fácilmente -ahí está el problema- pueda pensarse que son deseos
del mismo talante. Así lo afirma Martín Velasco: un doble error del hombre pone
en peligro la realización adecuada de su ser desde el punto de vista del deseo:
confundirlo con los múltiples deseos y pensar que la posesión de los muchos
bienes puede acallar su deseo radical; y concebir el deseo radical como un
deseo mayor, pero de la misma naturaleza, que puede ser saciado por bienes de
la misma naturaleza que los que responden a sus muchos deseos, aunque mayores
que todos ellos.
Los deseos a lo largo de la
historia humana del mundo occidental han estado ligados a su desarrollo, este
estado mental es el que le ha ocasionado a la humanidad las más profundas alegrías
y las más tristes desgracias, el deseo siempre ha estado relacionado a la carne,
al sexo, a las hormonas, a los sentimientos mas primarios de nuestro ser.
La filosofía del deseo nace en
Francia, después de la revolución francesa surge “la culture du désir”, Larra
escribió: “un amigo mío ha venido de Paris con la noticia de que Dios no
existe, cosa que allí saben de muy buena tinta” pues bien lo del deseo lo saben
también de muy buena tinta, tal vez porque su talento para el análisis psicológico
procede de su tradición de brillantes moralistas, y estos siempre han estado
muy interesados en las concupiscencias. Nos cuenta José Antonio Marina en su
libro Las Arquitecturas del deseo.
Siempre se han experimentado
deseos y, posiblemente, en épocas pasadas se manifestaron de manera mas feroz y
menos controlada de ahora. Al menos eso dice Norbert Elías. Pero las sociedades
sintieron un permanente recelo ante la proliferación de ansias, codicias y
concupiscencias, porque consideraban que era un peligro para la cohesión social.
El deseo es, además, la antesala del placer, que también era mirado con inquina
y desconfianza. Ahora, en cambio, y eso es lo novedoso, el deseo esta bien
considerado, y hemos organizado una forma de vida montada sobre su excitación continuada
y un hedonismo asumible. No vivimos en la orgia, es decir, en la apetencia
programada. La publicidad ya no da a conocer los atractivos de un producto. Su
función es producir sujetos deseantes. “Seduce con una promesa de satisfacción.
-escribió Ramonet-.
Fabrica deseos y presenta un
mundo en perpetuas vacaciones, distendido, sonriente y despreocupado, poblado
con personajes felices y que por fin poseen el producto milagro que nos hará
bellos, libres, sanos, deseados, modernos”.
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