San Cristóbal, Por Julio César García. – Todo viaje es, en esencia, una despedida: algunas veces luminosa, otras veces dolorosa, pero siempre cargada de esperanza.
Quien se va no siempre percibe los pequeños detalles que brotan de su ausencia -sea breve o eterna-, ni advierte la multitud de emociones que rodean la partida. Recogerlas todas sería imposible y pretender colocarlas en el alma del viajero, aún más.
Esta semana,
por ejemplo, asistí a la despedida terrenal del padre de un gran ser humano que
me honra con su amistad y cariño. Hablo del padre del doctor Odalis Guillermo
Pérez Nina: el profesor, músico, compositor y, sobre todo, gran padre, don Luis
Elpidio Pérez Escanio.
Don
Luis emprendió su viaje final en la madrugada, en silencio, como quien desea
marcharse dejando que sea la ausencia la que anuncie la partida. Salió hacia el
destino último del ser humano con las maletas llenas de buenas obras, con el
deber cumplido y con la decencia con la que siempre vivió.
Era
miércoles cuando este azuano, que se desvivió por San Cristóbal y sus hijos,
abordó el tren hacia la eternidad. Había superado con honores las pruebas de la
vida: fue revolucionario, perseguido, exiliado; fue patria repartida por el
mundo como tantos otros. Pero volvió, y volvió para seguir siendo árbol de
buenos frutos y amplia sombra.
En su
trayectoria, don Luis fue gobernador de San Cristóbal durante el gobierno de
Juan Bosch. Se integró la agrupación “Amigos Para Siempre”, formada por
excombatientes constitucionalistas y gestores culturales locales. Pero, más
allá de los cargos y reconocimientos, fue ante todo un buen hombre: de
creencias firmes, carácter recio y valores sólidos.
El
jueves, al despedir a su padre, sin discursos preparados ni guiones que
marcaran cada gesto o palabra, vimos al hijo detrás del catedrático
universitario y del orador elocuente. Escuchamos, en carne viva, a un ser
humano atravesado por el amor más inmenso de costado a costado: el de un hijo
que se despide de su amado padre.
La
despedida se convirtió entonces en terremoto que hizo temblar cuerpo y alma de
los presentes. Nos recordó, una vez más, que toda despedida es un espacio de
dolor, de recuerdos y también de esperanzas compartidas.
Ve en
paz, Luis Elpidio Pérez Escanio. Cumpliste con creces tu misión: sembraste
decencia, música, patria y amor. Ahora te corresponde descansar.
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