San Cristóbal, Por Julio Cesar García. La Consagración de la Autenticidad es un libro del filósofo francés Gilles Lipovetsky. En esta obra, publicada en español por la editorial Anagrama en 2024, Lipovetsky aborda un tema tan actual como preocupante: la irresistible y omnipresente fiebre que campea por nuestro siglo, "la fiebre de la autenticidad".
Los ciudadanos lo exigen, los
políticos lo prometen, los comerciantes y profesionales del marketing lo
invocan, y los consumidores lo desean. La autenticidad es la palabra fetiche y
valor de culto de nuestros días.
Se compite por demostrar
quiénes son más auténticos: comidas, lugares, hogares, ropas, una marca, una
política, las personas y hasta las religiones pretenden ser auténticas. En
todos los ámbitos prima lo auténtico: en lo personal, en lo laboral e incluso
en lo íntimo.
“Sé tú mismo”, “busca tu verdadero yo”, “exprésate”, “conviértete en tu mejor versión” son los imperativos de una sociedad que se ha desprendido de la majestuosidad que en el pasado tenía lo auténtico. Hoy se hace presente en las mentes y los corazones de las masas una versión desgastada de la autenticidad.
La actual obsesión por la
autenticidad tiene sus raíces en el giro existencialista que promovía una vida
vivida desde la verdad interior. Sin embargo, en nuestro tiempo, esa
autenticidad ha mutado en algo más superficial y muchas veces mercantilizado.
El imperativo de "sé tú mismo" no es ya un llamado al
autoconocimiento profundo, sino una consigna publicitaria que alimenta el
mercado de la autoayuda y del bienestar emocional.
Lipovetsky señala que esta
búsqueda de lo auténtico ha dejado de ser una reflexión filosófica para
convertirse en un producto que se compra y se vende. El yo auténtico es ahora
una construcción que depende del consumo y de la imagen que proyectamos en las
redes sociales.
Este fenómeno, según
Lipovetsky, refleja una transformación en la relación del individuo con su
identidad y su entorno. Lo auténtico ya no se halla en una interioridad
inviolable, sino en una autenticidad performativa, diseñada y mostrada ante los
ojos de los demás.
El
"hiperespectáculo" de las redes sociales, donde cada gesto debe ser
auténtico, cada opinión sincera, y cada emoción, genuina, ha borrado la
frontera entre lo privado y lo público. Así, la autenticidad ha dejado de ser
una cualidad existencial para convertirse en un acto visible y consumible por
otros, una paradoja que representa la era postmoderna en la que estamos
inmersos.
La autenticidad despojada de
la majestuosidad del pasado ha conquistado las mentes y corazones de las masas.
Es paradójico, pero desde el punto de vista filosófico, la cuestión de la
autenticidad ha perdido la centralidad que tenía en la época del
existencialismo, pero ha ido ganando protagonismo en la esfera social. La
autenticidad penetró en las costumbres de sectores cada vez más amplios hasta
apoderarse de sus mentes.
En los sesentas, Guy Debord
lanzó la idea de la sociedad del espectáculo, que venía a sustituir lo real por
lo aparente y artificial. Dos décadas más tarde, Jean Baudrillard anunciaba la
llegada de una época de simulación, apuntando a la desaparición de toda
referencia con la realidad, la autenticidad y la verdad.
Fake News, posverdad,
identidades digitales falsas, cuerpos siliconados, fotografías retocadas,
productos falsos y algoritmos dirigidos por bots: la sociedad de lo falso
parece imponerse al cosmos de la autenticidad.
¿Prevalece lo falso y el simulacro?
Lipovetsky dice que no. La
época en la que vivimos adoptó la autenticidad, el “sé tú mismo” como
mandamiento supremo y derecho universal del sujeto. En el pasado, la
autenticidad se manifestaba en la intimidad de los diarios secretos; hoy se
despliega en el hiperespectáculo y las imágenes espontáneas en internet.
La anterior autenticidad
referida a las personas hoy está presente en las cosas: hemos entrado en la
etapa consumista de la autenticidad.
Gilles Lipovetsky, en su
análisis sobre la autenticidad, describe tres fases principales que reflejan la
evolución de este concepto a lo largo del tiempo en la cultura occidental.
Estas fases están vinculadas a los cambios en la sensibilidad individual, las
expectativas sociales y las dinámicas de identidad personal.
La autenticidad tradicional o
premoderna
En esta primera fase, la
autenticidad está fuertemente relacionada con la conformidad a un orden
superior, como la religión o los valores tradicionales. Aquí, el ser auténtico
no está vinculado a la expresión del "yo" individual, sino a vivir de
acuerdo con las normas y los ideales establecidos por una comunidad o creencia.
La autenticidad, entonces,
significa adherirse fielmente a un modelo superior que guíe las acciones y
conductas de la persona.
La autenticidad romántica
Esta segunda fase surge con el
Romanticismo en los siglos XVIII y XIX, cuando la autenticidad comienza a ser
vista como la expresión de los sentimientos, la originalidad y la interioridad
del individuo. En este contexto, ser auténtico implica vivir conforme a los
propios sentimientos, deseos y experiencias personales, en oposición a las
convenciones sociales.
El "yo" individual
se convierte en el centro de la búsqueda de autenticidad, y la espontaneidad y
la expresión emocional sincera son altamente valoradas.
La autenticidad postmoderna o
contemporánea
La tercera fase es la
autenticidad en la era postmoderna, caracterizada por la flexibilidad, el
individualismo y la autoexpresión en un contexto de consumo de masas.
Lipovetsky sostiene que en esta etapa la autenticidad se convierte en una
mercancía y en un valor flexible que las personas buscan a través del consumo y
la experiencia personal.
En lugar de seguir un solo
modelo de autenticidad, los individuos se desplazan entre diversas formas de
ser auténtico, adaptándose a las circunstancias. La autenticidad, entonces, se
fragmenta y pluraliza, reflejando una era de cambio constante y de búsqueda de
experiencias únicas y personalizadas.
En La Consagración de la Autenticidad, Lipovetsky analiza cómo este concepto ha dejado de ser una aspiración filosófica profunda para convertirse en una categoría social clave en la era del consumo. El autor describe cómo la autenticidad, antes relacionada con la búsqueda existencial del yo, ha sido absorbida por el mercado, convirtiéndose en un bien que las personas adquieren y exhiben.
La autenticidad en la sociedad
contemporánea es moldeada por fuerzas económicas, culturales y tecnológicas, lo
que la hace simultáneamente omnipresente y vacía de su sentido original.
El libro invita a reflexionar
sobre las contradicciones de una sociedad donde la autenticidad, un valor que
solía estar ligado a la verdad personal y a la introspección, ha perdido su
profundidad filosófica y ha sido sustituida por un espectáculo superficial.
Lipovetsky no rechaza del todo
esta nueva versión de la autenticidad, pero advierte sobre los riesgos de una
vida en la que la autenticidad es simplemente una fachada diseñada para ser
consumida y aprobada por otros.
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