San Cristóbal, Por Julio César García. – La gracia cadenciosa de los ritmos africanos expresados en los instrumentos hechos a base de árboles huecos, semillas de plantas y cueros secos de animales, sin dudas es un oasis donde han bebido millones de artistas a través del tiempo.
El milenario toque de tambores
que nos llegó desde el África en un momento se transformó en el único lenguaje
para comunicar esas tradiciones que aún se conservan en algunas islas del
caribe insular fuera del lejano continente negro.
Siglo XVI: Durante
este período, comenzó la trata transatlántica de esclavos, con millones de
africanos capturados y enviados a las Américas, incluidos los territorios
caribeños. Los esclavos provenían de diversas regiones de África, especialmente
de África Occidental, y trajeron consigo sus tradiciones culturales, entre
ellas, la música y los tambores.
La oralidad no era permitida,
en muchos lugares se llegaba incluso a cortar la lengua a los esclavos; el
lenguaje escrito era casi inexistente y estaba reservado a unos pocos blancos,
amos y señores de estas tierras o, en casos excepcionales, a mestizos, pero
raras veces a mulatos o negros.
Prohibición del tambor: Siglos XVII-XIX: En muchas colonias, los amos europeos prohibieron el uso de tambores por parte de los esclavos, temiendo que estos instrumentos pudieran ser utilizados para comunicarse y organizar rebeliones. Un ejemplo clave es la rebelión haitiana de 1791, donde los tambores desempeñaron un papel importante en la organización de la resistencia que condujo a la independencia de Haití en 1804.
El toque de tambores en las
barracas, en los montes (en las alzadas) o en una que otra fiesta pagana era
tal vez el único medio alternativo de comunicación, no solo sonora, también llena
de un contenido histórico y cultural. Al ritmo de los tambores llegaban los
recuerdos y a través de los bailes se contaba lo que solo era permitido
imaginarse.
Resistencia y supervivencia
cultural:
Siglo XVIII: A pesar de las
prohibiciones, los esclavos africanos continuaron usando los tambores en
secreto, preservando sus tradiciones musicales en reuniones clandestinas
conocidas como "cabildos" o "cofradías". Estas organizaciones
religiosas y sociales ayudaron a mantener vivas las costumbres africanas en las
islas caribeñas.
La negra y el negro llenos de
sudor se contaban en los bailes al ritmo de los tambores las historias de sus
padres que amarrados por cadenas cruzaron los siete mares para llegar a estas
tierras.
Estaba también la religión que
era contada al toque del tambor, que llegaba hasta el sol para que alumbre sus días,
que se batía en el aire y en esa melodía pedía al dios de la lluvia o al del
trueno que mitigara su dolor al arar la tierra, al moler la caña, al parir los
hijos, que pedía a tantos dioses la libertad de sus hijos.
Del tambor africano,
condenado, quemado, golpeado para que para ritmos o para que deje de traer
recuerdos hemos heredado más ritmos que de la guitarra española impuesta como símbolo
de dominación del blanco sobre el negro.
El tambor africano es símbolo
de lucha, de resistencia, no es un instrumento que requiera del oído amaestrado
en un conservatorio para sonar bien, solo necesita de un corazón que sepa
escuchar para quedar bien afinado, porque este tambor africano no se afina con
las manos, se afina con fuego, con fuego se moldea su delicado sonar como
recordando su origen.
Sincretismo religioso y
cultural:
Siglo XIX: Con la abolición de la esclavitud (en 1804 en Haití, 1833 en las colonias británicas, 1848 en las francesas, y 1886 en Cuba), la música africana comenzó a integrarse más abiertamente con las tradiciones europeas, dando lugar a nuevas formas musicales sincréticas como el merengue en la República Dominicana, la rumba en Cuba, y el calipso en Trinidad y Tobago.
Hoy al ritmo de un tambor se
cobija una esperanza, en el techo de una casa que se llama libertad, hoy al ritmo
de un tambor vamos rompiendo cadenas, eliminando condenas de la historia y de
los hombres, hoy este instrumento noble resuena en el corazón, trae consigo la emoción
de invitarte a recordar que llegaron por el mar los que pueblan nuestras islas.
“Puede ser, no lo niego; pero
ahora, entre tanto,
bailemos un merengue que nunca
más se acabe,
bailemos un merengue hasta la
madrugada:
que ya no serán sólo tus manos
olvidadas
dos sonámbulas rutas de
futuras vendimias
sobre una tierra brava;
ahora te daremos otras
maternidades
fecundas de distintas raíces
verticales”.
Paisaje con un merengue al
fondo, Franklin Mieses Burgos
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