La observación de los hechos desde una perspectiva lejana suele tener los enfoques que más se acercan a una descripción inequívoca de cómo han sucedido, de cómo se pudieron evitar, de que se pueden mejorar, de cómo se pueden repetir y así un sin número de posibilidades que la cercanía y el estar envuelto en el suceso no nos permiten tomar en cuenta, pero carecen de un detalle, “lo que se siente al ser parte de”.
Y
si, no hay dudas de que el análisis en frio de los hechos es una inequívoca forma
de no hacer nada por estos y solo sirve de cara a futuro para situaciones que
puedan ocurrir en un contexto igual o muy parecido, pero respecto a lo ocurrido
estos análisis nada aportan.
Desde
Washington, Nigeria, Alemania, Burundi o Senegal todos están viendo el
conflicto entre Rusia y Ucrania, todos tienen sus ideas de soluciones y todos
hablan desde sus espacios cómodos, pero ninguno está en el campo, ninguno ha
probado estar en el cuero de un soldado de uno u otro bando, en el de un
ciudadano ruso que siente el acoso y la presión de sus amigos de Ucrania o
desde la perspectiva de un chico de Ucrania que hace unos meses tenia colgado
en su habitación una foto de Putin.
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