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Los hijos del silencio: la deuda pendiente con las madres del Zika


San Cristóbal, Por Julio César García. -
El virus del Zika irrumpió con fuerza en América Latina entre 2015 y 2017, dejando tras de sí una huella que aún no se borra. Aunque para la mayoría de los adultos sus síntomas fueron leves —fiebre, sarpullido y malestar general—, para muchas mujeres embarazadas el impacto fue devastador.

El virus, transmitido por el mosquito Aedes aegypti, puede atravesar la barrera placentaria y afectar el desarrollo cerebral del feto, provocando microcefalia, una condición irreversible en la que el cerebro del bebé no alcanza su tamaño ni su función normal.

En Brasil, las cifras fueron alarmantes: más de 3,500 casos confirmados de microcefalia asociada al Zika en apenas dos años. En República Dominicana, el impacto fue menor en número, pero igualmente doloroso. En provincias como San Cristóbal, donde la pobreza y el acceso limitado a servicios de salud amplifican cada crisis, el virus dejó una generación de niños con necesidades especiales… y madres que enfrentan esa realidad casi solas.


Maternidad en modo de resistencia

Criar a un hijo con microcefalia no es solo una tarea de amor; es una lucha diaria contra la adversidad. Estas madres aprenden de fisioterapia, estimulación temprana, nutrición especial y control neurológico, muchas veces sin acompañamiento profesional constante.

“Ellos son felices, aunque tengan limitaciones. Y eso nos obliga a nosotras a ser fuertes todos los días”, dice Ana, fundadora de una red de madres en la provincia de San Cristóbal. “Pero necesitamos ayuda. No podemos más con el abandono del sistema”.

Las terapias son costosas. Los medicamentos, difíciles de conseguir. Y los hospitales públicos, saturados. Sin embargo, cada pequeño avance —una palabra pronunciada, una sonrisa espontánea, un paso tambaleante— es celebrado como una victoria.

Invisibles para el Estado

La mayoría de estas mujeres ha debido abandonar sus trabajos. Otras sobreviven con oficios informales, sin acceso a seguros médicos ni ayudas sociales.

No existe en el país un programa nacional de seguimiento para niños afectados por el Zika. No hay subsidios permanentes. No hay psicólogos asignados a las familias. “Nos sentimos solas, como si nuestros hijos no existieran para el país”, confiesa otra madre, entre lágrimas. 

En la práctica, la microcefalia no solo limita el desarrollo del niño: también empobrece a su familia, perpetuando un círculo de vulnerabilidad que podría evitarse con voluntad política y acompañamiento real.

No es caridad, es justicia

Este artículo no busca provocar lástima. Busca conciencia y acción.

Estas madres no piden compasión; piden derechos. Piden que el Estado cumpla con su deber. Que sus hijos sean vistos, escuchados, atendidos. Que se reconozca el valor de quienes día a día sostienen, con amor y coraje, una vida que el país ha decidido ignorar.

El brote del Zika dejó de ocupar titulares, pero sus consecuencias siguen vivas. Están en los hogares donde una madre no duerme porque su hijo convulsiona; en las terapias improvisadas con recursos mínimos; en la esperanza que se niega a morir.

Un llamado urgente

Es hora de que el Ministerio de Salud Pública, las autoridades locales y las organizaciones sociales trabajen juntos en un programa integral de apoyo para estas familias: atención médica, terapias, apoyo psicológico, educación inclusiva y acompañamiento económico.

Porque la microcefalia no solo es un diagnóstico médico: es una deuda social que aún espera justicia.

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