San Cristóbal, Por Julio César García. – La construcción de buenos recuerdos fue sin proponérselo tal vez, una de las tareas que mejor realizó el cura José María Aguerri en su estadía en San Cristóbal entre 1975 y 1991, tal ha sido su legado que el pasado viernes 8 de agosto 2025, un puñado de selectos amigos se han reunido con el único propósito de recordar como José María Aguerri impactó en sus vidas y la de toda la comunidad de San Cristóbal.
En la casa de Leonardo Díaz García, las voces se entrelazaban con el aroma que trae recordar buenos tiempos. Afuera, la tarde caía lenta, pero adentro el tiempo parecía haberse detenido. No era una reunión cualquiera: un pequeño grupo de amigos se había citado para un acto sencillo pero poderoso, casi ritual —recordar a quien marcó, con paso firme y voz sin temblor, la historia reciente de esta ciudad— el padre José María Aguerri.
Recordar
es, en su sentido más hondo, volver a pasar por el corazón. No es solo rescatar
imágenes del pasado, sino revivirlas con la carga entera de las emociones. Es
reconstruir, pieza por pieza, esa memoria que se teje entre lo individual y lo
colectivo. Y en la memoria de San Cristóbal, el nombre de Aguerri sigue
latiendo con fuerza.
Entre
sorbos y sonrisas, Nelson Medina (Milito) rompió el silencio con una historia
que encendió las emociones en esa tarde: —En aquellos años, el movimiento
cultural estaba arrinconado, sin espacio donde reunirse. Fue el padre Aguerri
quien nos abrió las puertas del colegio Santa Rita… más de una vez la
policía intentó entrar, pero se detenían al verlo ahí, de pie, en la entrada.
Las
palabras de Milito parecían dibujar al sacerdote como un guardián, no solo de
templos, sino de ideas y libertades.
Leonardo
tomó el relevo, recordando el carácter encendido de las homilías de Aguerri. No
eran sermones para adormecer la conciencia, sino llamados directos a la acción:
denuncias claras, peticiones concretas, reclamos valientes.
—Los
discursos del padre eran esperados por todos… y temidos por las autoridades
—dijo Leonardo con media sonrisa—. Sabían que no se quedaría callado.
Rosanna
Mármol se inclinó hacia adelante para aportar su recuerdo:
—Logró
que jóvenes, a quienes pocos veían futuro, se convirtieran en estudiantes de
excelencia. Fundó un periódico en el colegio San
Rafael, y transformó el Santa Rita hasta convertirlo en uno de los mejores del
país… y de educación básica pasó a tener bachillerato.
Pero
la tarde no fue solo para recordar hazañas públicas. También hubo lugar para
las historias íntimas, de esas que muestran el tamaño real de un corazón. Una
de ellas relató cómo una dirigente de un grupo parroquial, al borde de perder
su casa, recibió del padre no un sermón, sino una solución. La llamó, le pidió
que pidiera un préstamo al fondo de la iglesia… y él mismo, que casi nunca
asistía a las reuniones del consejo parroquial, se presentó para respaldarla.
Hubo
más anécdotas: su papel como mediador en huelgas, su intervención para
conseguir que el entonces presidente Joaquín Balaguer cediera un terreno en
Lavapiés para una parroquia. Y siempre, en todas las historias, aparecía el
mismo hilo: poner al ser humano por encima de cualquier estructura o protocolo.
La
reunión llegó a su cierre con un video grabado allí mismo, donde los presentes
enviaron su gratitud al padre Aguerri. Las palabras eran sencillas, pero tenían
el peso de cuatro décadas de recuerdos: un legado que permanece vivo en ese
lugar invisible que la ciencia, al no saber cómo llamarlo, decidió nombrar
memoria.
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