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El Precio de la Hipocresía Generacional: Reflexión sobre un Legado Perdido


San Cristóbal, Por Julio César García. –
Aferrarse a la idea de que el tiempo y las generaciones futuras solucionarán los problemas que hemos causado es una excusa peligrosa y, en última instancia, una pérdida de tiempo. Nos aferramos a esta narrativa porque no queremos enfrentar una verdad incómoda: hemos fallado como generación. No fuimos mejores que nuestros padres ni abuelos. Y lo peor de todo, seguimos buscando culpables en lugar de asumir nuestra responsabilidad.

Es fácil echarle la culpa a otros. "Mi hijo no es un delincuente, fueron sus amigos quienes lo corrompieron", repetimos con cinismo. Pero eso es mentira. Es irresponsable. Si es tu hijo, también es tu responsabilidad.

¿Dónde quedaron esos sueños de construir una patria mejor? ¿Qué pasó con esas promesas de transformar el entorno, de cambiar vidas? A finales de los años 70 y 80, muchos lucharon en las calles, en las aulas, en las plazas, contra un régimen que consideraban injusto. Jóvenes de 14, 15 o 16 años gritaban "¡Balaguer asesino!" con valentía, llenos de sueños y convicciones. Sin embargo, al llegar a la adultez, muchos de esos soñadores se convirtieron en aquello que juraron combatir: corruptos, egoístas e indiferentes.

Hoy, quienes antes criticaban el autoritarismo y el abuso de poder, declaran al régimen de Balaguer como un pilar de la democracia. Aquellos que acusaban de ladrones a los funcionarios públicos, ahora son ellos mismos millonarios gracias a su paso por el servicio público, sin un ápice de moral. No son diferentes a los ladrones que criticaron; son peores porque sabían exactamente lo que estaban haciendo.

Ahora, con la edad encima y el peso de un legado cuestionable, intentan redimirse con discursos moralistas, exigiendo respeto como si fuera un derecho natural. Pero el respeto no se compra, y menos cuando tu estilo de vida se construye sobre cimientos de corrupción y privilegio. Pretender que las generaciones futuras arreglarán lo que rompimos sin asumir nuestra cuota de responsabilidad es, además de hipócrita, una apuesta peligrosa.

¿Qué podemos esperar de los jóvenes de hoy, a quienes les robamos oportunidades? Les quitamos educación, seguridad, salud y esperanza. Los empujamos a buscar su bienestar "a como dé lugar", y ahora nos escandalizamos por las consecuencias de nuestra negligencia.

Somos parte de un colectivo generacional que priorizó amasar fortunas, construir riquezas desde la administración pública o simplemente dejar hacer y dejar pasar a cambio de beneficios personales. Y ahora nos horrorizamos por el lenguaje de nuestros hijos y nietos, como si no fuéramos nosotros quienes sembramos las semillas de su desconfianza y frustración.

Aquellos que antes llamaron ladrones y corruptos a sus antecesores en la administración pública, ¿cómo creen que los llaman ahora las nuevas generaciones? La verdad es incómoda, pero necesaria: no somos víctimas de una sociedad rota, somos los responsables de haberla roto.

La autocrítica es un primer paso, pero no suficiente. Si realmente queremos dejar un legado diferente, debemos abandonar la nostalgia vacía y los discursos huecos. Es hora de actuar, de reconstruir lo que destruimos, de trabajar por el futuro que le robamos a nuestros hijos y nietos. Porque el tiempo no resolverá lo que decidimos ignorar.

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