San Cristóbal, Por Leonardo Cabrera Diaz. - El poder por lo regular resulta embriagador y quien lo ejerce suele encariñarse con él, a tal grado que a veces pierde la sensibilidad y abandona toda humildad. Asumiendo matices de altivez, se transforma en un hombre o mujer de características muy distintas a las que tenía antes de asumir el cargo, negando las cualidades con las que precisamente se agenció confianza ciudadana.
Pero toda regla tiene su
excepción
No siempre quien ostenta el
poder, se deja arropar del cortejo adulador y lisonjero que le hace creer que
sus decisiones son inequívocas, y están por encima del bien y del mal.
La palabra y los caprichos del
Rey
Quien ejerce el poder, debe
estar revestido de la sabiduría, la cordura, la ecuanimidad y la prudencia
necesarias, para cumplir con las funciones atinentes a su investidura, sean
estas políticas, religiosas, empresariales, militares, gremiales o de cualquier
otra índole. Sus decisiones repercutirán de un lado u otro de la balanza sobre
el conglomerado que dirige.
No todos los mortales tienen
el privilegio de llegar al poder
El poder precisa de una
vocación intrínseca, de un aura especial, el
don de mando y carácter de líder
necesarios para provocar que los demás
se conviertan en súbditos llegando al fanatismo y cierta idolatría.
Quien ostenta el poder, se
debe a todos sus gobernados, y no solo a quienes mediante acuerdos o estratagemas
convenidas le llevaron a él, a las alturas. Nunca debe ignorar ni obviar la
disidencia, oposición o ideas contrarias a sus decisiones y ejecutorias, porque
un poder sin equilibrio ni contrapeso es proclive al totalitarismo con rasgos
muy pronunciados de absolutismo y eso huele a peligro.
Muchos solo buscan el poder,
solo por el poder, y de paso, engolar su ego, vanagloriarse. Otros en cambio
van tras el poder, no solo por el poder, sino tratando de alcanzar la gloria.
Ser útil, servir con dignidad y sobre todo defender su Patria.
Tocará al gobernado elegir con
sabiduría a quien dirigirá su destino, así luego arrepentidos no se darán
golpes de pecho, ni tampoco querrán que les devuelvan sus votos, o por sentirse
culpables morderse la lengua.
Con Dios siempre, a sus pies.
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