San Cristóbal, 6/6/2024.- Efesios 4:2 nos insta a actuar "con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor". En esta carta, Pablo busca enseñar a los primeros cristianos sobre cómo manifestar su fe en Jesús Cristo. Un análisis cuidadoso de este pasaje revela que Pablo no les pide a los cristianos que se encarguen de los problemas de los demás, sino que sean un soporte.
Desde los primeros evangelios,
es claro que los cristianos tienen el deber de ser mansos, humildes, pacientes
y amorosos. Sin embargo, esto no implica asumir como propios los problemas de
los demás. Ayudar a llevar las cargas de otros no significa quitárselas y
tomarlas para nosotros mismos. Esta distinción es crucial para mantener nuestro
bienestar interior mientras ofrecemos apoyo genuino.
Con frecuencia, interpretamos
mal la solidaridad promovida por los evangelios. En lugar de ser un soporte,
intentamos asumir completamente los problemas de otros, creyendo erróneamente
que esto es lo que se nos manda. Sin embargo, nuestra responsabilidad es
acompañar y apoyar, no resolver las vidas ajenas.
Como seres racionales, debemos
aprender a reconocer hasta qué punto debemos involucrarnos en los problemas de
los demás. No hacerlo puede llevarnos a convertirnos en víctimas de nuestras
propias acciones. Al ayudar, debemos actuar con sinceridad, sin esperar
recompensas, pero también con la claridad de hasta dónde llega nuestra ayuda y
cuándo puede volverse contraproducente.
Es común ver cómo nuestras propias carencias pueden motivar acciones de caridad hipócrita. Ayudar a otros debe venir de una disposición sincera y amorosa, no de un deseo de inflar nuestro ego. Si nuestra ayuda está impulsada por la necesidad de sentirnos imprescindibles, no estamos actuando con verdadero amor y solidaridad.
Tomar las cargas ajenas para
sentirnos necesarios en la vida de otros es una muestra errada de amor. Ayudar
por amor y ayudar por llenar nuestro ego son dos acciones muy diferentes. Para
ser mejores seres humanos, es urgente que aprendamos a distinguir entre ambas.
En conclusión, ayudar a los
demás es un acto noble y necesario, pero debemos hacerlo con sabiduría y
discernimiento. Es fundamental ofrecer nuestro apoyo sin perder de vista
nuestros propios límites y bienestar. Solo así podremos brindar una ayuda que
sea realmente efectiva y sustentable, tanto para nosotros como para aquellos a
quienes deseamos apoyar.
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