San Cristóbal, 23/05/2024.- En la actualidad, encontrar un verdadero líder se ha convertido en una tarea extraordinariamente difícil. En nuestro entorno social, económico y político, vemos figuras predominantes que son elevadas a la categoría de líderes debido a sus posiciones políticas o los recursos económicos que manejan. Sin embargo, estas personas están muy lejos de poseer las cualidades necesarias para ser considerados verdaderos líderes.
Tener una posición política
importante, poder decidir quién obtiene un empleo o quién recibe un subsidio
estatal, no convierte automáticamente a una persona en un líder. Si examinamos
ejemplos históricos de líderes que han dejado una huella indeleble en la
humanidad, como Jesucristo, Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr. y Nelson
Mandela, notamos que la mayoría de ellos no eran ni ricos ni ostentaban poder
político. Lo que los distinguía era su capacidad para provocar cambios
significativos y duraderos en la sociedad.
Nuestra mentalidad pobre
coloca en el pedestal del liderazgo a individuos que, sin su poder político y
económico, se desvanecerían como fantasmas sin su sábana. Nos encontramos con
un grupo de personas que manejan el poder de diversas maneras: algunos lo
utilizan únicamente para su beneficio personal y para satisfacer sus egos, mientras
que otros buscan servir a la comunidad, deseando sentirse útiles en una
sociedad que desesperadamente busca un redentor, incluso en los lugares más
triviales.
La palabra "líder" se ha degradado tanto en nuestro entorno que algunos se niegan a ser llamados así, prefiriendo ser conocidos simplemente por sus nombres y apellidos. Esta prostitución del término ha llevado a su venta y compra como cualquier mercancía barata. En tiempos electorales, la palabra "líder" pierde tanto valor que, por unos pocos billetes, el mismo individuo que ayer era calificado como ladrón hoy es aclamado como "el líder", con fervor y entusiasmo.
Desde esta perspectiva
crítica, es necesario sugerir que dejemos de usar la palabra "líder"
por un tiempo. Deberíamos guardarla, dejar que se añeje, que se conserve, para
ver si con el tiempo recupera algo de su valor. Así, podremos evitar ofender a
personas serias, honestas, trabajadoras, decentes y éticas llamándolas líderes
en un contexto donde el término ha perdido su significado.
Es crucial que como sociedad
reflexionemos sobre lo que realmente significa ser un líder. Un verdadero líder
no es aquel que ostenta poder o riqueza, sino aquel que trabaja incansablemente
por el bien común, que inspira a otros con su integridad y su visión de un
futuro mejor. Solo así podremos restaurar el verdadero valor del liderazgo y
reconocer a aquellos que verdaderamente lo merecen.
“Vivimos revolcaos en un
merengue y en un mismo lodo todos manoseaos”, Enrique
Santos Discépolo.
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