San Cristóbal, 01/06/2023, Por Leonardo Cabrera Diaz. - Con frecuencia escuchamos a nuestros principales actores políticos, enfatizar, su firme disposición de enfrentar como debe ser y a como dé lugar el flagelo de la pobreza.
En ese tenor también se
expresan los dirigentes y representantes comunitarios, los voceros de las
iglesias, empresarios, todos, coinciden y están más que convencidos de que se
hace urgente tomar las disposiciones que sean necesarias, para por lo menos,
disminuir las condiciones de desamparo en que viven miles de dominicanos
Sin lugar a dudas, vivimos en
un mundo paradójico, extremadamente rico, pero con grandes precariedades y
carencias generadas por la ambición desmedida de la clase dominante, que
prefiere echar al zafacón todo aquello que ya no le representa ninguna
utilidad, en lugar de satisfacer las necesidades de la gente subyugada por la
miseria.
El tema de la pobreza se pone
muy de moda en tiempos de campañas electorales y ocupa la mayor preocupación de
todos los candidatos quienes diseñan casi toda su estrategia prometiendo
soluciones al respecto, a los miles de habitantes que son presos de esta
desgracia, tanto aquí en el país, como en otras naciones con características
similares a las nuestras.
No obstante, para hablar de la
pobreza, se tiene que haber dormido alguna vez boca abajo para mitigar un poco
el hambre, o haberse eximido de cruzar las piernas para no enseñar los zapatos
rotos y en tiempos de lluvias, ¡ay que tragedia! imagínese usted.
De igual forma, quién no haya
pasado estrecheces, al extremo de lavar de noche la camisa y el pantalón que se
pondrá al día siguiente, no podrá nunca hablar con certeza de la pobreza,
porque sencillamente, no la ha vivido.
Cuentan que un padre de
familia en cuyo hogar, comer, así fuera una vez al día, era una proeza, tuvo la
suerte de encontrarse quinientos pesos, y éste jubiloso, corrió al mercado y
compró todos los ingredientes para preparar un buen almuerzo, el que encantada
su mujer cocinó y puso exquisitamente decorado en la mesa.
Cuentan que los hijos de la
pareja, de ocho y seis años, al llegar a su casa y ver tan hermoso manjar
esperar por ellos, provocó que el mayor de estos, empujado por la sorpresa
exclamara en voz alta, ¡cuánta comida ¡y el menor que venía detrás, no menos
sorprendido, a todo pulmón,” gritaba ...y con carne ¡.
Esa y no otra es la cara de la
pobreza y miseria y el desamparo en que discurre la vida de cientos de miles de
dominicanos, a quienes en aras de llegar o permanecer en el poder les ofertan
la esperanza de un mejor vivir, pero estas, sólo son palabras al viento, que,
como tales, el viento se las lleva.
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