Santo Domingo, Por Ricardo Nieves. - La semana pasada nos preguntábamos: ¿Dónde nos encontramos los Dominicanos?
Iniciaba por describir, grosso modo, la obliterante situación de la cuestión educativa nacional. O lo que es igual, el nivel borrascoso en el que se desenvuelve el oficio de pensar desde las aulas públicas y privadas del país.
El ministro de Educación, Ángel
Hernández, junto a otros funcionarios de la cartera.
Sin olvidar que nuestra
educación sintetiza el remedo acartonado (e imposición ideológica) de un pretérito
pedagógico positivista que, ante todo, abjuró de las luces de Eugenio María de
Hostos para zambullirse por completo en las aguas bautismales de una decadente
clerecía didáctica que, para entonces y por separado, beatificaron
subsiguientemente tres dictadores criollos, Lilis, Trujillo y Balaguer.
La escuela del presente, entre
caídas y zigzagueos, pugna, otra vez, contra la “razón (post) ilustrada” y se
abraza de nuevo a las corrientes seculares del atraso metodológico o
epistémico.
Porque aquí seguimos
“enseñando cosas”, en lugar de propiciar el ejercicio pleno del pensar, en vez
de estimular la creatividad de nuestros niños y niñas, sobre todo en la etapa
de su mayor riqueza neuro pedagógica; vale decir, cuando afloran los estímulos
tempranos. Esto así, en razón de que solo un 30% de los pequeños dominicanos
asiste a la escuela antes de los 4 años.
Continuamos todavía
privilegiando el memorismo primitivo en desmedro de la reflexión crítica y del
examen argumental. Es por ello que más que a razonar la escuela obliga a
“guardar” datos en el hipocampo cerebral (de memoria). Y por esta rigidez
epistemológica, entre otros desencantos, se anula la inclinación por las
ciencias, genera desdén por las matemáticas y desnaturaliza la vocación por el
lenguaje y la lectura.
Comprender con claridad el
lugar que ocupamos en el mundo del conocimiento, obliga realizar una evaluación
epitomada de los planos anatómicos de nuestro cuerpo escolar, humillado y
lastrado por nuestra peor patología social en casi dos siglos de vida
republicana.
Asumamos, pues, en trozos muy
generales pero descarnados, los datos duros y esbozados que retratan esta
realidad odiosa y residual y que el sistema político ha patrocinado y
prolongado en su corresponsabilidad histórica, vergonzosa, como principal
abortivo de nuestro atareado desarrollo nacional.
A sabiendas de que las estadísticas, sus variables, arrojan mediciones que calibran el desempeño de comprensión y entendimiento de nuestros escolares pero que no siempre abarcan la totalidad de las herramientas cognitivas de otras competencias, ya que algunas están inmersas en el novedoso paisaje y el esquivo sujeto social de esta era, mismos que nacen conectados a una “nueva ecología de saberes” de la que nos habla De Souza Santos.
No obstante, no debemos
olvidar que este problema visceral es el más estudiado y diagnosticado entre
todos los males que torpedean el sintomático destino dominicano.
Hace apenas dos años (noviembre,
2021), conocimos los resultados del Estudio Regional Comparativo y Explicativo
(ERCE 2019-2020), auspiciado por la UNESCO. La medición, que incluyó a la
República Dominicana, correspondió al nivel primario (tercer y sexto grados) y
abarcó 16 países de América Latina.
Como se sabe la inversión en
educación hasta el año 2013 apenas rozaba el 2.0% del Producto Interno Bruto
(PIB), y que es a partir del 2012 cuando el gobierno del expresidente Danilo
Medina (2012-2020), en consonancia con el espíritu de la ley 66-97, cumplió con
dicha normativa que, a lo sumo, dispone invertir no menos del 4% del PIB. Desde
aquel instante se duplicaron los recursos y los alumnos, también a partir de
esa conquista, fueron llamados “los niños del 4%”.
Las competencias evaluadas por
ERCE abarcaron lectura, escritura y matemáticas, para tercero y sexto grados,
en niños y niñas entre 9 y 12 años. Los resultados, aunque no sorprendentes,
fueron anestesiantes y frustratorios. En poco más de 7 años de inversión del 4%
del PIB, es decir, por encima de los 20 mil millones de dólares, teníamos el
producto final de un auténtico desastre educativo!
En conclusión: A duras penas,
el 27% de los estudiantes del tercer grado alcanzó un Nivel Mínimo de
Competencia (NMC), la más baja proporción de toda la región latinoamericana.
Un 73% de nuestros estudiantes
obtuvo el peor desempeño.
Asimismo, 8 de cada 10 alumnos
del tercero de primaria evidenció carencias de conocimiento básico de
aritmética y matemáticas elementales, y tan solo un 0.4% coqueteó con el nivel
óptimo.
Decepcionantemente, ¡nuestro
país quedó en el último lugar en lenguaje y matemáticas entre los 16 países
estudiados!
En lo concerniente al sexto
grado, el desenlace, por lo mismo, no pudo ser peor, pues precariamente solo el
16.3% de nuestros niños exhibió las competencias mínimas de lecto-escritura;
mientras el promedio regional casi nos duplicaba con un 30%.
En matemáticas, el cuadro es
aún más dramático y ensordecedor, puesto que un pírrico 2.2% de los chicos de
sexto grado alcanzó el NMC. Ese rango equivale a… 8 veces menos que el promedio
general de la región (17.4%).
En pocas palabras, el 97.8% de
los alumnos dominicano tiene serias dificultades para resolver problemas
básicos de operaciones matemáticas o aritméticas. Más de un 77% de los niños y
niñas de sexto grado están en o por debajo del peor nivel regional. Y si
miramos al renglón “Ciencias", ERCE sostuvo que -tristemente- un 5.6%
logró exhibir algún dominio elemental, toda vez que el promedio regional es de
un 20.7%. Aquí, providencia o azar, superamos con 0.3% a un solitario país del
área, Nicaragua, que alcanzó el 5.3%.
Al finalizar esta entrega,
como señal de un presagio o extraño advenimiento, acaba de salir el estudio de
Evaluación Diagnóstica Nacional, de Mayo y Junio del 2022, pero esa será otra
triste historia…
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