Nelson Medina, Sociólogo |
Hasta mediados de la década de los 60, el carnaval era una celebración espontanea, practicada de forma extendida por toda la sociedad, como una manifestación de la cultura dominicana.
Con el
ascenso al poder del Dr. Balaguer en 1966, luego de la guerra de abril de 1965,
todas las manifestaciones culturales carnavalescas fueron prohibidas, dado que
el gobierno las veía como un riesgo a su estabilidad. Fue la época de los
conocidos 12 años de gobierno del Dr. Joaquín Balaguer.
El
carnaval implicaba el uso de máscaras, disfraces, tinte de piel (sobre todo en
el rostro), etc.; lo que las autoridades consideraban como una oportunidad para
que determinados sectores políticos adversos, se escudaran en ello para
realizar actos de protesta.
Desde
el momento de tal prohibición, las elites sociales dominicanas, y
particularmente la de San Cristóbal, asumieron como propio el carnaval, institucionalizándolo
dentro de sus celebraciones anuales.
En San
Cristóbal, esa apropiación se concretó en el Club Casino, el cual aglutinaba a
la elite social local, la que estaba integrada, en su mayoría, por familias cobijadas
directamente bajo la sombrilla de los beneficios gubernamentales, heredados de
los 31 años de dictadura. La población en general, tenía que conformarse con
observar desde lejos la festividad de carnaval, desarrollada en febrero en dicha
entidad social. Era necesario ser socio del Club Casino, para participar del
carnaval. Los no socios debían ser invitados por un asociado y, además, en
ocasiones era imprescindible pagar una entrada.
Durante
los denominados “12 años” (de 1966 a 1978), en San Cristóbal se desarrolló una intensa y extensa actividad cultural.
Surgieron diversos grupos, practicante de diversas manifestaciones artísticas: poesía,
teatro, grupos corales, de música popular y folklórica, canto, danza folklórica
y popular, artes plásticas, etc., etc.
A
finales de 1978, ya con un nuevo gobierno en la conducción del Estado, que dio muestras
de apertura democrática, varios grupos culturales se reúnen y toman la decisión
de realizar un carnaval con características distintas al que se realizaba en el
Club Casino. Se determina hacer una celebración de carnaval el 27 de Febrero de
1979 y se decide denominarlo como “Carnaval Popular de San Cristóbal”, en
contraposición al carnaval de las elites sociales locales. Es así como surge
nuestro Carnaval Popular.
Los
grupos artísticos a los que nos referimos fueron los siguientes: Grupo Teatral “La
Rueda”, bajo la dirección de Jorge Guigni y Leonardo Díaz; Grupo de Música Folklórica
y de Nueva Canción “La Higuera”, bajo la dirección de Nelson Medina (Milito); Grupo
Teatral “Los Peregrinos”, bajo la dirección de Jesús María Díaz y David Hernández
Martich; Grupo Folklórico “Raíces Negras”, bajo la dirección de Milton Martínez;
El
destacado investigador de las manifestaciones culturales, sociólogo y
folklorista Dagoberto Tejeda, reconoce que esos grupos culturales “…organizaron
el carnaval popular de San Cristóbal a partir de una revalorización y una
convocatoria donde se reconocía el derecho del pueblo a la alegría, su
capacidad creadora protagónica en una dimensión democrática, pedagógica, de
identidad y de libertad”. En efecto así fue.
Para
identificar al nuevo modelo de carnaval, se decide acuñar la consigna
siguiente: “Carnaval Popular de San Cristóbal, el pueblo a la reconquista de sus
tradiciones”. Ciertamente el pueblo reconquistó su tradición
carnavalesca. La celebración se erigió inmediatamente en la más masiva festividad
cultural de nuestro pueblo.
Tres
elementos fundamentales caracterizaron el Carnaval Popular de San Cristóbal en
sus inicios. Primero, la participación era libre, abierta, no había que pagar
una cuota como en el Casino; segundo, se sustentaba en la participación de la
representación barrial y estudiantil sin distinción alguna; tercero, la
premiación no era en dinero, se hacía con donación de libros u otros bienes de
interés para los grupos y barrios participantes y, cuarto, las comparsas tenían
un profundo contenido de crítica social, lo cual se hacía elegantemente, en
función de la creatividad popular, sin caer en el panfletismo que caracterizó la
época. Esas cuatro características básicas prendieron en la población inmediatamente.
Por eso se convirtió en una actividad cultural masiva.
Para
lograrlo, el Comité Organizador desarrolló un programa de talleres formativos en
barrios y escuelas, para pautar el carácter popular del carnaval y estimular la
creatividad artística. Se impartieron talleres formativos acerca de cómo hacer
una careta, un disfraz, como organizar una comparsa, como hacer una
representación teatral, etc. La lección fue aprendida rápidamente. Surgieron
nuevos personajes, nuevas comparsas y nuevos canticos carnavalescos, entre los
cuales destacan “Los Pepe Truenos”, “El Toro”, “El Piri y su Culebra”, el “Hombre
de los Sancos”,” Las 21 Divisiones”, entre otros, los que superaron en
creatividad a los personajes existentes antes de 1966, tales como “la Muerte en
Yipe”, “Se Me Muere Rebeca”, “Califé”, etc.
Solo el personaje de “Wateryen”, encarnado en Julio Heredia de los Santos, sobrevivió a la prohibición del carnaval en los años 60, personaje que, en el contexto del carnaval popular, adquirió una dimensión simbólica e identitaria. Wateryen era el carnaval.
Como
bien lo dice Dagoberto Tejeda, “sin
dudas, este carnaval tiene la mayor dimensión pedagógica del país, donde se
encuentra el espacio más rico de su cítrica político-social, con la capacidad
más elaborada de fantasía, de magia y de imaginación”.
Eso es
el Carnaval Popular de San Cristóbal, con el cual el pueblo reconquistó sus
tradiciones.
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