Por: RAQUEL PIÑEIRO. - Ella estaba casada, él tenía un miedo atroz a las relaciones sexuales, pero de una inverosímil primera conversación surgió una relación que duraría hasta la muerte de ella.
Para lo pública que parecía ser la vida de la pareja y lo mucho que les gustaba montar un espectáculo, su boda fue discreta, casi secreta. El 8 de agosto de 1958 Salvador Dalí y Gala sellaban por la iglesia un amor que habían formalizado por lo civil 20 años atrás, en circunstancias muy distintas.
A lo
largo de sus más de 50 años juntos, Gala y Dalí fueron muchas cosas: el genio
loco y la musa, pero también “avida dollars” y el enigma, la extranjera, la
bruja, hasta fundirse en lo que parecía un único ente. Contar su historia
supone hablar de algunas de las personalidades más fascinantes de su tiempo, de
arte revolucionario, de sexualidad heterodoxa, de violencia, dinero y
surrealismo atravesando un convulso siglo XX.
“¿Qué
hace una mujer como yo en España?”. Esto se preguntaba Gala, cuyo nombre real
era Elena Ivánovna Diákonova, cuando llegó a Cadaqués en el verano de 1929. La
pregunta tenía cierto sentido: ella era una mujer de mundo, sofisticada y
culta, y la España de los años 20, más todavía un pequeño pueblo de la costa
catalana, estaba muy lejos de los ambientes que acostumbraba a frecuentar.
El
motivo que la había llevado allí era sobre todo económico. Cadaqués era un
destino mucho más barato que el sur de Francia en el que pasar las vacaciones,
y a Gala y su marido Paul Éluard no les sobraba el dinero. Joan Miró había
presentado a Paul al joven Dalí en una sala de baile de París, y la idea del
veraneo en el pueblecito parecía seductora.
Allí
partieron los Éluard con su hija Cécile, el galerista Goeman y su esposa y René
Magritte y su mujer Georgette Berger. Se alojaban en el Hotel Miramar, todavía
abierto con el nombre de La Residencia. Aquel verano aciago determinaría todo
su futuro.
A
Dalí le encantó Gala desde la primera vez que la vio, con su aire andrógino,
sus ojos oscuros y la nariz aguileña. Él tenía 25 años y ella 10 más; la
describió como un “efebo en femenino” y creyó reconocer en ella un amor de
infancia.
El
proceso de su enamoramiento puede considerarse muy típico o todo lo contrario;
al fin y al cabo, el escenario era un clásico paisaje mediterráneo, la bahía de
Portlligat por la que Dalí y Gala comenzaron a dar largos paseos, pero el
objeto de sus charlas no lo era tanto: hablaban sobre traumas infantiles,
surrealismo y coprofilia.
El
resto del grupo, ante el cuadro que Dalí estaba pintando, bautizado por Paul
como El juego lúgubre, le habían encargado a Gala que le preguntase a Dalí si
era coprófago. El motivo era que se veía un hombre en primer plano manchado de
excrementos.
Él
contestó que no y se echó a reír. “Aborrezco conscientemente ese tipo de
aberración tanto como pueda aborrecerla usted. Pero considero la escatología
como un elemento de terror, igual que la sangre o mi fobia por las langostas”.
También le contó que su padre, el respetado notario de Figueres, había llegado
un día a casa diciendo que “se lo había hecho encima”, tal vez de ahí la
referencia. Le confesó que le recodaba a la niña de su pasado y la bautizó como
Galushka redivida. Ella se sintió conmovida por su sinceridad y aseguró:
“Niñito, tú y yo no nos separaremos nunca”.
Articulo completo en : https://www.revistavanityfair.es/sociedad/articulos/boda-salvador-dali-y-gala/44529
“Si
te reencarnas en cosa
Hazlo
en lápiz o en pincel
Y
gala de piel sedosa
Que
lo haga en lienzo o en papel
Si
te reencarnas en carne
Vuelve
a reencarnarte en ti
Que
andamos justos de genios
Eugenio
Salvador Dalí”
Mecano, Salvador Dalí
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