En noviembre
sube a Sainagua y allí escucha los palos, las peticiones de quienes piden su intervención
en cualquier tipo de asunto o que buscan le conceda algún milagrito (San Antonio nunca falla), recibe las ofrendas
y se siente importante, querido, necesario, siente por esos días de festival de
atabales que ha vuelto a recuperar su espacio.
Luego de retorno a su casa, la capilla San Antonio de Padua en Cañá André, espera entonces con sus brazos abiertos como las amantes del tenorio a quienes retornan a su santuario a reverenciarlo, llevarle sus velas y velones o cualquier tipo de ofrenda, pero sobre todo a quienes con el corazón lleno de esperanza van a pedirle su intervención o sus milagros.
San Antonio, “vetio de gri etá en el altar y su milagrito yo vengo a buca”, cantaban nuestros ancestros al ritmo de un palo mayor y con estas creencias parieron generaciones que han seguido estas creencias que les ha sobrevivido y nos sobrevirará, esta tradición que no se encuentra en la ruta uno del metro, ni en los residenciales de bella vista, como no se enseña en el catecismo o se nombra en las iglesias, esta que sigue golpeando las espaldas del olvido y sobrevive escondida en nuestros genes mulatos.
La ruta
de Cañá André debe ser una ruta obligada
para nuestros niños y jóvenes, para nuestros estudiantes y maestros, sobre todo
para quienes quieren conocer de primera mano una tradición viviente de la
religiosidad popular de nuestros pueblo.
0 Comentarios