Persona
que vendía una imagen, como la que pudiera vender el cabeza del más remoto
Consejo de Ancianos que pudo existir en aldea alguna. Vivió la época en que la única Red
Social era una emisora de Amplitud Modulada que anunciaba las personas
extraviadas; y que emitía mensajes a todos los campos de República Dominicana,
informando sobre los enfermos graves y fallecidos en la capital, pero
residentes en los campos.Simeón Familia, poeta, escritor
Esa
misma emisora, se encargaba a través de servicios públicos de avisarle a los
familiares en los campos, la fecha en que los residentes en la capital irían a
visitarle, para que les guarden las monturas que los trasladaría a sus
viviendas, consistentes en mulos, burros y caballos.
Sin querer replicar la formación de Macondo, Antoliano parecía reencarnar en Melquíades, personaje que tenía la familia Buendía al brinco de la pulga con sus predicciones y nuevos inventos.
Era
Antoliano el peso completo de la sección, con una vara medía los terrenos que
eran vendidos de palabras, rezaba a los difuntos en los velorios y en las horas
santas; y para completar, daba tomos a las personas que se encontraban
postrados en sus lechos por largo tiempo, ya sea por enfermedad o por vejez,
fruto de algún resguardo tomado.
Cuentan,
que cuando le solicitaban una hora santa, con frecuencia para efectuarse en la
noche. Este llegaba al lugar a las nueve de la mañana y se sentaba al frente de
la casa, según él para promover la actividad; y según los moradores, para
desayunar, comer y cenar.
La
Familia de la vieja Ruperta, ya no encontraban qué vender para tratar de
curarla de una enfermedad que le había paralizado las articulaciones. Esta ya
no distinguía el familiar, pero seguía viva tomando sus medicamentos y
consumiendo el poco alimento que se le pudiera dar. Uno de sus sobrinos, muy
creyente en la religiosidad popular le propuso a uno de sus hijos ir donde
Antoliano a ver si le daba un tomo y así la pobre vieja Ruperta dejaría de
padecer en ese lecho.
Fueron
donde el predestinado del lugar, pero este no estaba, ya que hacía dos días que
este había ido a la capital donde su hijo a llevarle algo de víveres, cosa que
con frecuencia hacía.
A
los dos días de su regreso de la capital, recibió el mensaje en su casa, por lo
que en la tarde se dirigió donde en cama estaba la vieja Ruperta, después de
tomar café, pidió a los familiares que le busquen un poco de agua bendita y una
ramita de ruda, pidió además, que lo dejen solo con la moribunda, penetró a la
habitación, con su tomo preparado, consistente.
El
silencio, cual dictador, se apoderó del ambiente, los presentes se intercambiaban
miradas, unos bajaban el rostro, otros caminaban ida y vuelta en un ínfimo
espacio. Todo esto esperando la salida de Antoliano de la habitación.
Sin
inmutarse, con pasos lentos, agarrándose de la puerta con su mano izquierda y
con la mirada diciendo a los dolientes lo ocurrido, pronunció una silaba: ¡Ya!,
al mismo tiempo que los gritos agudos de hijas y nietos, anunciaban al lugar,
la muerte de la vieja Ruperta. No fue hasta la confesión de Antoliano, años
después, antes de su muerte, que se supo que los famosos tomos de Antoliano
consistían en asfixiar los moribundos con sus propias manos.
Simeón Familia
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