Un año después de la catástrofe que devastó el puerto de Beirut, Líbano sigue en estado de coma político y económico, atrapado en las arenas movedizas de un Estado fallido. El colapso nacional es aún más grave que el del 4 de agosto de 2020, cuando el estallido de toneladas de nitrato de amonio, utilizado para fertilizantes y explosivos, causó 218 muertos, dejó heridas a unas 7.000 personas y desplazó de sus hogares a 300.000 beirutíes, con unos daños estimados en hasta 5.000 millones de euros. Lama Fakih, directora de crisis y conflictos de Human Rights Watch, resume, en un informe presentado el martes en teleconferencia desde Beirut: “Las pruebas recabadas muestran de forma manifiesta que se debió a acciones y omisiones de altos cargos libaneses que no informaron del peligro que suponía el nitrato de amonio, a sabiendas de que se hallaba almacenado en condiciones inseguras, y que no supieron proteger a los ciudadanos”.
Fue una de las mayores
explosiones no nucleares registradas en tiempos contemporáneos. Y se llevó por
delante también el régimen clientelar de partidos étnicos y religiosos surgido
hace tres décadas, tras la sangrienta guerra civil que azotó durante 15 años al
país del Levante mediterráneo. Cuatro primeros ministros han pasado en el
último año por el poder sin que ninguno haya logrado formar un Gobierno
estable. Líbano sigue paralizado, mientras la comunidad internacional se niega
a reflotar su economía en bancarrota si no se aplican reformas drásticas contra
la corrupción. En los meses previos a la explosión, las protestas sociales
contra una clase dirigente que solo busca perpetuar el statu quo ya habían
agitado las calles libanesas en una escala sin precedentes desde el conflicto
civil.
Pero con las cuentas en
divisas en la banca sometidas a un corralito; sin combustible en las
gasolineras, ni apenas medicinas ni alimentos básicos en farmacias y
supermercados, y la libra libanesa devaluada en un 90% frente al dólar y la
inflación que ha superado el 200% a lo largo de los dos últimos años, Líbano se
desliza hacia al caos. La mitad de sus 4,5 millones de habitantes y casi todos
los refugiados —un millón de sirios y cientos de miles de palestinos— han caído
bajo el umbral de la pobreza extrema.
Desde la segunda conferencia
de donantes para Líbano, organizada en diciembre del año pasado, se han logrado
superar los 280 millones de euros comprometidos por la comunidad internacional
en asistencia de emergencia. El presidente francés, Emmanuel Macron, tiene
previsto encabezar este miércoles una tercera conferencia virtual “de apoyo a
la población libanesa” —subrayando que no va dirigida al Gobierno ni a las
instituciones— para la que la ONU ha cifrado en más de 350 millones de euros el
objetivo de ayuda urgente necesaria.
Francia espera que este nuevo
cónclave internacional sirva para impulsar a los líderes de Líbano a formar de
una vez Gobierno, una demanda constante desde el comienzo de la crisis. Sin
embargo, las presiones externas no han surtido efecto, pese a las crecientes
amenazas de sanciones desde la comunidad internacional, cada vez más frustrada
con el bloqueo político libanés. En vísperas de la cita, fuentes del Elíseo han
adelantado que “será la ocasión para reafirmar la necesidad de constituir
rápidamente un Ejecutivo capaz de aplicar las reformas estructurales esperadas
por la población, que permitirán ofrecer una ayuda en profundidad que vaya más
allá de la emergencia”.
En la conferencia
participarán, entre otros, el presidente libanés, Michel Aoun, así como sus
homólogos estadounidense, Joe Biden, que tiene previsto enviar un mensaje por
vídeo, y egipcio, Abdelfatá al Sisi. También asistirán telemáticamente los
máximos responsables de la ONU y el Fondo Monetario Internacional (FMI), junto
a altos representantes diplomáticos, incluido el ministro español de Relaciones
Exteriores, José Manuel Albares.
Disputas sectarias entre
partidos confesionales
La designación del suní Nayib
Mikati, un multimillonario que ya ejerció como primer ministro en 2005 y de
2011 a 2014, ha abierto desde hace una semana una vía de escape para que Líbano
se aleje del actual desgobierno. Todos los intentos para formar un Ejecutivo se
han estrellado en el último año contra las disputas sectarias entre sus 18
comunidades étnicas y religiosas, mientas la economía entraba en bancarrota.
Hasta el mismo Ejército —uno de los escasos pilares comunes de la nación y
único contrapoder efectivo ante las bien equipadas milicias de Hezbolá— ha
pasado literalmente hambre, junto con la mayoría de los libaneses, y ha tenido
que reclamar ayuda exterior para alimentar a las tropas.
El empresario Mikati
—considerado uno de los hombres más ricos de Líbano, tras vender en 2005 su
compañía de telecomunicaciones por 4.650 millones de euros— recibió el voto de
investidura de 72 de los 118 diputados del Parlamento. Entre ellos figuraban
los chiíes de Hezbolá y los suníes seguidores del ex primer ministro Said
Hariri, quien renunció el mes pasado a formar Gobierno tras intentarlo en vano
desde octubre. Los vetos cruzados de los cristianos a los suníes y de los
chiíes proiraníes a las fuerzas prooccidentales siguen forzando el bloqueo
político en una nación multicultural situada en el ojo del huracán de Oriente
Próximo.
En París nadie oculta la
frustración por los escasos avances políticos en Líbano desde la explosión del
puerto de Beirut. “La situación sigue degradándose, la necesidad de un Gobierno
es cada vez más urgente”, subrayan fuentes de la Presidencia francesa. Mikati
está negociando su formación y “tiene que conseguirlo”, insisten. Lo que Macron
y los demás responsables internacionales quieren es “un Gobierno que haga el
trabajo que todo el mundo espera de él y por el momento no es el caso”,
lamentan. Francia resume en tres las tareas que deberá abordar el nuevo primer
ministro con urgencia: “Reformas estructurales, retomar seriamente las
negociaciones con el FMI y preparar las elecciones del año que viene”.
La Unión Europea comparte la
misma preocupación. “Un barco en medio de un temporal precisa un capitán y una
tripulación para funcionar; si no, se hunde”, advirtió el jefe de la diplomacia
de la UE, Josep Borrell, el pasado junio en Beirut. Si no se forma un Gobierno
de perfil técnico con amplio respaldo parlamentario para aplicar urgentes
reformas políticas y económicas a fin de atajar el descontrol público y la
corrupción, puntualizó entonces Borrell, no habrá ayuda internacional.
Investigación de Human Rights
Watch
Human Rights Watch (HRW)
reclamó el martes una investigación internacional sobre la explosión que hace
un año sacudió la capital libanesa. En un informe presentado desde Beirut en
una teleconferencia, la ONG con sede central en Nueva York asegura contar con
pruebas de que altos cargos del país estaban al tanto de los riesgos que
implicaba el almacenamiento inseguro de toneladas de nitrato de amonio durante
casi seis años en un depósito del puerto beirutí sin apenas vigilancia. HRW
sostiene que el presidente de Líbano, Michel Aoun; el entonces primer ministro,
Hasan Diab, y responsables de la seguridad del Estado habían sido alertados del
peligro varias semanas antes de la catástrofe y no actuaron en consecuencia.
“Las evidencias son claras,
pero el sistema político les permite eludir sus responsabilidades”, destaca el
informe en el que se investiga la explosión. La directora de crisis y
conflictos de HRW, Lama Fakih, sostiene: “Las cicatrices de la devastación
siguen visibles en la ciudad y las víctimas y sus familias siguen esperando una
respuesta”. “En un contexto de prolongada corrupción y desgobierno (...)
numerosas autoridades son responsables, cuando menos, de negligencia en la
supervisión de material potencialmente explosivo”, precisa la investigación,
que arranca en 2014 con la llegada del cargamento al puerto.
El presidente Aoun ha admitido
que estaba al tanto de la presencia del nitrato de armonio desde el 21 de julio
del año pasado, y que pidió a uno de sus colaboradores que siguiera el asunto.
El primer ministro Diab recibió la misma información el 3 de junio, pero no
tomó medidas y la derivó a Justicia y Obras Públicas.
El documento procedía del
Consejo Superior de Defensa, en el que ambos dirigentes participaban, y que
tenía constancia del almacenamiento de toneladas del producto químico desde
2019. El juez Tarik Bitar, que investiga los hechos, ha llamado a declarar a
Diab y a varios exministros. Aoun se muestra dispuesto a comparecer ante la
justicia. Pero HRW sostiene que la investigación se ha atascado ante la
inmunidad de la mayoría de los citados.
La explosión pulverizó el
puerto y afectó a la mitad de la capital. Más de 75.000 viviendas resultaron
dañadas. El Banco Mundial ha confirmado que Líbano atraviesa la peor crisis
económica de su historia y una de las más graves a escala global desde el siglo
XIX. La catástrofe, sumada a la pandemia, ha forzado el desplome del PIB un
20,3% en 2020.
Fuente: elpais.es
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