San Cristóbal, Por Julio César García. - “El reto es de todos”, proclamó el ministro de Educación, Luis Miguel De Camps, al romper su silencio con un eslogan que, según explicó, respondía a una estrategia calculada mientras trazaba la hoja de ruta de su gestión. Una frase que, desde la óptica de la publicidad institucional, suena bien. Desde una oficina climatizada, con un asistente que trae café y documentos, suena incluso mejor.
Pero,
¿qué significa realmente “El reto es de todos” para el dominicano que cogen el
fiao en el colmado?, ¿que piden 15 pa´ 25?, ¿Se han detenido a pensarlo? ¿A
preguntarse cómo ese mensaje aterriza en la realidad de quienes sostienen, a
duras penas, a este país desde abajo?
La
solución al problema educativo dominicano no puede partir de un lema que, por
bonito que suene, está desconectado de la realidad cotidiana. Puede incluso
parecer excluyente si no se plantea con claridad desde lo que llamo la “realidad
real”.
Para
transformar la educación dominicana se necesitan pilares firmes, anclados en el
contexto:
1.
Inducción temprana y significativa
Durante
la etapa inicial del sistema educativo, los estudiantes deben ser guiados para
comprender el valor de educarse. Esta inducción no puede depender solo del
maestro: deben intervenir psicólogos infantiles que motiven al estudio y
trabajen el desarrollo emocional, social y cognitivo desde el inicio.
2.
Autoridad escolar con poder real
Los
directivos y docentes necesitan ejercer autoridad legítima y efectiva. No
podemos seguir arrastrando un aparato administrativo que pone en el mismo nivel
al educador y al educando, y que impide tomar decisiones inmediatas y
contundentes cuando la situación lo amerita. La escuela necesita autoridad para
funcionar.
3.
Responsables reales de los estudiantes
En el
sistema público, muchas veces el responsable legal del estudiante no es quien
lo representa ante la escuela. Abuelos enfermos o sin autoridad, hermanos con
sus propios hogares o vecinos sin vínculo alguno terminan en ese rol. Esa
informalidad debe ser regulada. El sistema debe garantizar que cada estudiante
tenga un adulto con poder legal y capacidad real de acompañarlo y responder por
él.
4.
Sistema de corrección infantil
No
todos los estudiantes pueden adaptarse al ritmo de convivencia escolar.
Algunos, por múltiples razones, hacen extremadamente difícil —o imposible— el
ambiente en las aulas. Estos alumnos no deben ser abandonados ni expulsados,
sino reubicados en centros especiales que garanticen su formación en un entorno
más controlado y con el apoyo que necesitan. Así evitamos la deserción,
protegemos el derecho de aprender de la mayoría y rehabilitamos a quienes
requieren otra vía.
La
participación colectiva, el llamado a que "todos" asumamos el reto,
solo será efectivo si entendemos que no basta con repetir frases. Se necesita
construir un ambiente verdaderamente colaborativo, en el que participen quienes
estén dispuestos a hacer los sacrificios necesarios y tengan la capacidad de
liderar el cambio.
Porque
sí, la educación es un esfuerzo de todos. Pero de todos los que quieren y
pueden. No de todos, sin distinción ni condiciones.
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