San Cristóbal, Por Leonardo Cabrera Diaz. -Hoy me siento contento, jubiloso, tanto así, que, celajes momentáneos de felicidad van y vienen en mi cabeza, y no es para menos.
Estoy que hasta me río y hablo
solo, y mejor que Lola, antes de las tres.
Respondo todas las llamadas,
sin importar quién sea y de donde vengan y a todo el que pasa por mi lado, lo
saludo con agrado, con afecto, lo abrazó y lo brinco.
Y a los amigos que de lejos
alcanzo a ver, les abro mis brazos, los mangueo, los voceo, los pito, los silbateo
y les hago una bulla.
Lo cierto es, que no quepo en
mí cuerpo, no hay ropa que me sirva, la alegría me desborda, se me brota por
los poros, voy cuadroso y echando vaina, tal si fuera yo la última Coca Cola
del desierto.
Y es que hoy pude ver una
hermosa mujer ¡Dios!, un encanto de mujer, que disparó mi frecuencia cardíaca, se
me secó la boca y se me anudó la garganta.
Quise decirle algo,
desahogarme, pero nada me salió, solo me saboreaba, imaginando y pensando en
ese exuberante manjar, sentí que algo en mí, resucitó como Lázaro.
¿Qué le pasa mi Don, se
encartuchó?, ella, sonriendo me preguntó, al tiempo de decirme, “dispare, tíreles
a todas las palomas, que la que no cae, se va herida.”
“Que, aunque usted se ve de
paca, todavía aguanta un par de lavaditas, a manos o en la lavadora."
Ahí fue que me apreté, el pájaro de alto
vuelo, volvió a ser un pichón sin alas, ni aliento.
Con Dios, siempre
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