El 1 de noviembre de 1922, la Gran Asamblea Nacional Turca abolió el cargo de sultán dándole un último golpe al ya moribundo Imperio otomano, una de las mayores superpotencias que la humanidad ha conocido.
Aquel día culminaron aproximadamente 600 años de historia y nació la República de Turquía que conocemos actualmente.
La
dinastía osmanlí -la familia gobernante del imperio desde su fundación en 1299
hasta su disolución- llegó a expandirse a lo largo de tres continentes,
reinando en lo que ahora es Bulgaria, Egipto, Grecia, Hungría, Jordania,
Líbano, Israel, los territorios palestinos, Macedonia, Rumania, Siria, partes
de Arabia Saudita y la costa norte de África.
Muchos otros países como Albania, Chipre, Irak, Serbia, Qatar y Yemen
también fueron parcial o totalmente otomanos.
La
dinastía osmanlí (o Casa de Osmán) comenzó con una oportunidad que Osmán I,
quien era líder del imperio selyúcida, no dejó pasar. Tras percatarse de la
debilidad de su imperio y el vecino Bizancio, Osmán decidió fundar en 1299 su
emirato en Anatolia, el territorio que ahora se conoce como Turquía. Así se convirtió en el fundador y el primer
sultán de un Estado turco que comenzaría a expandirse poco después y llegaría a
cubrir más de 5 millones de km2.
Los
descendientes de Osmán, cuyo nombre a veces se escribe Ottman u Othman y de
allí vendría el término "otomano", gobernaron la poderosa nación por
seis siglos.
Sin embargo, Olivier Bouquet, profesor de Historia Otomana y Medio Oriente de la Universidad Paris Diderot, destaca que en 1299 sólo se fundó un "Estado turco"; el Imperio comenzaría a tomar forma con la caída de Constantinopla en 1453.
Con
una simbólica entrada a Constantinopla, montado en un caballo blanco, el sultán
Mehmed II acabó con mil años del Imperio bizantino y comandó posteriormente el
asesinato de gran parte de la población local, obligando al resto a exiliarse.
Luego
repobló la ciudad trayendo a personas de otras partes del territorio
otomano. Mehmed II también cambió el
nombre de Constantinopla, que pasó a llamarse Estambul, la "ciudad del
Islam", y se dedicó a reconstruirla. De esa manera, la ciudad se convirtió
no solo en la capital política y militar del imperio, sino también, por su
posición en el cruce de Europa, África y Asia, en un importante centro
comercial mundial.
El
imperio tuvo éxito por varias otras razones, una de las principales era su
carácter de Estado fiscal-militar. Otro
elemento impulsor del imperio fue su fuerza militar. Los ataques del ejército otomano eran rápidos
y contaban con fuerzas especializadas, como el famoso cuerpo de élite de los
jenízaros, quienes custodiaban al sultán, y los cipayos, una temida tropa de
caballería de élite que en tiempos de paz se encargaba de recaudar impuestos.
Los
otomanos también se destacaron por su pragmatismo: tomaron las mejores ideas de
otras culturas y las hicieron suyas.
Uno
de los sultanes más conocidos del imperio, fue Solimán el Magnífico, quien
reinó entre 1520 y 1566 e hizo que su Estado cubriera los Balcanes y Hungría,
llegando a las puertas de la ciudad romana de Viena.
El
nombre de "Emperador de Oriente y Occidente" también pone en
evidencia que el Imperio otomano se veía y se consideraba a sí mismo como el
único, sin otro igual ni parecido. En
los ojos de los sultanes otomanos, no había ningún otro emperador además del
sultán otomano.
La
idea de un imperio universal proviene de la herencia bizantina y del
islam. Querían conquistar todos los
territorios donde vivían hombres y mujeres.
Todos los países situados fuera de "los territorios del islam"
(Dar al-Islam) tenían vocación a ser conquistados. Se trata de una razón que explica la larga
duración del Imperio otomano: su armada no tenía límites en la conquista de
territorios, la cual avanzó por siglos.
Un
primer evento que debilitó la superpotencia en la que se había convertido el
Estado otomano fue su derrota en la Batalla de Lepanto en 1571, en la que se
enfrentó a la Liga Santa, una coalición militar integrada por Estados católicos
y liderada por la Monarquía española y un grupo de territorios de lo que ahora
es Italia. Fue una de las batallas más
sangrientas que la humanidad había visto desde la antigüedad y acabó con la
expansión militar otomana en el Mediterráneo.
Allí
se terminaron las fortunas del imperio y comenzó un largo y progresivo declive
en los siglos que siguieron. Varios
errores de cálculo sumados a la inestabilidad política y económica de Estambul
a principios del siglo XX terminaron de desmoronar un imperio cuyo brillo ya estaba
empañado.
El
primero de ellos fue la Primera Guerra de los Balcanes (1912-1913), en la que
se enfrentó a la Liga Balcánica (Bulgaria, Grecia, Montenegro y Serbia), que,
apoyada por Rusia, buscaba expulsar a los otomanos de sus tierras. Inferior militarmente, el Imperio otomano
perdió la guerra y con ella todos sus territorios en Europa, a excepción de
Constantinopla y sus alrededores.
Los
territorios otomanos restantes atravesaban un mal momento económico, debido al
desarrollo de otras rutas comerciales, una creciente rivalidad comercial con
América y Asia y el aumento del desempleo. También se enfrentaban a las
ambiciones expansionistas de potencias europeas como Gran Bretaña y Francia.
Además,
las tensiones entre diferentes grupos religiosos y étnicos habían aumentado.
Los armenios, kurdos y griegos, entre otros pueblos, se sentían cada vez más
oprimidos por los turcos.
Con
todos esos problemas, Estambul se embarcó en una nueva guerra contra una
poderosa alianza encabezada por Francia, el Imperio británico, Estados Unidos y
Rusia. La victoria de los aliados en
Medio Oriente durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue uno de los
detonantes de la desintegración del Imperio otomano, que ya tenía sus días contados.
Tras
este evento se creó, como se había previsto, el mandato francés de Siria y
mandatos británicos en Irak y Palestina, todos bajo supervisión de la Liga de
Naciones (organismo que antecedió a la ONU).
Los otomanos ignoraban que en 1917, en plena guerra, Francia y Gran
Bretaña ya habían pactado en secreto repartirse sus territorios con el tratado
Sykes-Picot. Ese mismo año, también se
firmó la Declaración Balfour, un documento en el que el gobierno británico le
prometió al pueblo judío un "hogar" en la región de Palestina, que
también era parte del imperio.
Oficialmente,
el imperio dejó de existir el 1 de noviembre de 1922, cuando se abolió el cargo
de sultán y nació la República de Turquía.
Tras
liderar una revolución republicana, Mustafa Kemal Atatürk, considerado como
"el padre de la Turquía moderna", se convirtió en su primer
presidente.
El
último sultán del Imperio otomano, Mehmed VI, temía ser asesinado por los
revolucionarios y tuvo que ser evacuado de Estambul por guardias
británicos. Terminó exiliado en la
Italia de Benito Mussolini, en el balneario de San Remo, el mismo lugar donde
se había pactado el reparto de su imperio.
Allí murió cuatro años después, tan pobre que las autoridades italianas
confiscaron su ataúd hasta que se pagaran las deudas con los comerciantes
locales.
Mientras
tanto, la naciente república dejaba atrás sus aspiraciones imperiales y se
basaba en el kemalismo, una ideología implementada por Atatürk, que defendía el
republicanismo, populismo, nacionalismo, secularismo, estatismo y reformismo.
Por
otra parte, el califato otomano continuó brevemente como institución en
Turquía, aunque con una autoridad muy reducida, hasta que también fue abolido
el 3 de marzo de 1924.
En
los últimos años, el sentimiento de nostalgia que algunos sienten en Turquía
por la era otomana ha impulsado el resurgimiento del llamado
neootomanismo. Se trata de una ideología
política islamista e imperialista que, en su sentido más amplio, aboga por
honrar el pasado otomano de Turquía y aumentar la influencia turca en regiones
que estuvieron bajo dominio otomano.
"El
Imperio otomano desapareció, pero hay un neootomanismo que se ha desarrollado
(…) hay muchas más referencias al Imperio Otomano hoy que las que había a
finales del siglo XX", concluye Bouquet.
FUENTE:
BBCMundo
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