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LOS VÁNDALOS, UNA ANTIGUA CIVILIZACIÓN CON MALA REPUTACIÓN


Hubo un tiempo, ya hace siglos, en el que ser llamado vándalo era motivo de orgullo y no de desprestigio. Los vándalos ayudaron a darle forma al actual mapa sociocultural europeo, pero su imagen se fue desdibujando por la acción del tiempo y la “romanización” de la moral y las costumbres.

Los vándalos fueron un pueblo de origen germano que habitó un territorio de Europa Central, entre Alemania y Polonia. Durante su existencia, recorrieron e invadieron múltiples naciones y se establecieron en el norte de África, en la actual Túnez.

La primera referencia escrita sobre esta tribu data del año 77 d. C., cuando el historiador y filósofo romano Plinio el Viejo mencionó a los Vandilii. Se cree que migraron a la actual Alemania desde Escandinavia. Los historiadores creen que eran agricultores y pastores.

Otra teoría menciona que este pueblo tomó su nombre del condado de Vendel, en Suecia.

La palabra vándalo parece tener un doble significado: “los que cambian” y “los hábiles”.

Tuvieron su propio idioma: el vándalo, además de contar entre su gente con un famoso rey, Genserico, del cual se han escrito varios libros, pues llevó a su pequeño pueblo a ser una potencia militar, tenían fama de guerreros, atrevidos, enjundiosos y rapaces.

Su temeridad no tenía límites.

En el siglo II d. C. los vándalos empezaron a enfrentarse al Imperio romano. Participaron en varias guerras en la frontera romana, como las guerras marcomanas del río Danubio, que se prolongaron desde la década del 160 d. C. a la década del 180 d. C.

Mientras viajaban por el este y centro de Europa, los vándalos peleaban con los lugareños, capturando su territorio conforme avanzaban. En el año 406 d. C., atravesaron el río Rin y comenzaron a invadir la Galia (actual Francia), después Hispania (España) y el norte de África. Uno de sus mayores logros fue capturar Cartago (actual Túnez) en el 439 d. C. Genserico, el rey más exitoso que conocieron los vándalos, convirtió a Cartago en la capital del reino –que para ese entonces era una provincia romana y conquistó más territorios pertenecientes al imperio en los años posteriores.

Su ubicación estratégica en el Mediterráneo proporcionó una ventaja a los vándalos, que se convirtieron en una potencia naval formidable. Desesperado, el Imperio Romano se vio forzado a reconocer a los vándalos como interlocutores legítimos y firmó un tratado que garantizaba que dejarían a Roma en paz. Los vándalos adoptaron muchas facetas de la cultura romana, incluidas sus prendas de vestir y sus artes.

Genserico era un astuto observador y pudo prever la progresiva y eventual desintegración del Imperio Romano. En el año 455 d. C., Petronio Máximo asesinó al emperador romano Valentiniano III. El rey vándalo vio ahí su oportunidad y declaró la invalidez del tratado entre los vándalos y los romanos. Pocas semanas después marchó con un enorme ejército hacia la Ciudad Eterna.

Los anales de la época retrataron el saqueo de los vándalos a Roma como una orgía de sangre y muerte, llena de toda clase de atrocidades que llevaron a que la población aterrorizada se refugiara en las catedrales de San Pedro, San Juan y San Pablo. Historiadores modernos consideran que no fue tan violento como se ha plasmado.

Aunque la Iglesia consideraba a los vándalos unos herejes, decidieron negociar con ellos. El papa León I los convenció para que no destruyeran Roma. Saquearon las arcas de la ciudad, pero dejaron intactos los edificios.

El declive de esta efímera civilización vino con la muerte de Genserico en 477 d. C. Hunerico, su hijo, Trasamundo, Hilderico y Gelimer no supieron conservar el legado. Gelimer, bisnieto de Genserico, en marzo de 534 d. C. perdió el reino vándalo en manos del general Belisario y Justiniano I, pertenecientes al Imperio Bizantino, mejor conocido como el Imperio Romano de oriente.

El reino fue finalmente destruido por los bizantinos hacia el año 534 d. C. y los vándalos fueron expulsados del norte de África.

Más de mil años después de la caída del reino vándalo, ese nombre volvería a resignificarse de la mano del religioso francés Henri Grégoire, quien se encargaría de hacer universalmente famosos a los vándalos en plena Revolución francesa. Grégoire escribió el Informe sobre la destrucción traída por el vandalismo y los medios para acabar con ella, un controversial texto en el que denunciaba los ataques a los monumentos franceses por parte de los enemigos de la República.

A partir de ese informe en el que el obispo Henri Grégoire usó por primera vez la palabra vandalismo, se produjo su expansión y generalización en el mundo entero.

En pleno siglo XXI el vandalismo sigue siendo tomado como algo negativo, delictivo y poco fiable.

Ha sido grande la desgracia de los vándalos, puestos en peor lugar que los propios hunos de Atila.

El mismo diccionario es poco amable con pueblos como los vándalos, los godos y los bárbaros, definidos como “referentes a la barbaridad: dicho o hecho necio o temerario, atrocidad, demasía; la de “barbarie”: rusticidad, falta de cultura, fiereza, crueldad; de “barbarismo”: vicio del lenguaje, impropiedad; la de “bárbaro”: fiero, cruel, arrojado, temerario, inculto, grosero, tosco, sanguinario, rústico”.

FUENTE: Página web Semana


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